Actualmente vivo en una masía rodeada de bosque. Una vez por semana bajo a hacer las compras al pueblo, a unos ocho quilómetros. Siempre me cuelgo hablando con la carnicera del súper y últimamente venía notando su ausencia. Un día acabé cruzándomela por la calle; me acerqué a saludarla:
—¡Qué tal! ¿Estás de vacaciones?
—No, estoy de baja —responde ella.
—¿De nuevo te enfermaste? —no hace mucho había estado con bronquitis.
—Me vino un ataque de ansiedad.
—Ah, entonces te vendría bien venir a mi casa. Caminar por el bosque te haría bien.
Sin meterme en el tema pero sabiendo las obvias causas de la ansiedad, angustia, estrés, inquietud y aturdimiento de la gente en los tiempos que corren le comenté que, entre otras rarezas, yo no uso smartphone.
«Claro, ¡tú eres de bosque!», me responde.
Ella vive en el mismo pueblo, en los que hoy día, en cuanto a densidad de población, tránsito, contaminación atmosférica, acústica y lumínica poco tienen que envidiar a las ciudades céntricas. Los niños (ella tiene dos) se crían encerrados en cuatro paredes, y no sé cómo será hoy día en Argentina pero los niños aquí (ya mi mujer que tiene mi edad sufrió este régimen de niña) se tiran todo el día, incluso almuerzan, en esos orfanatos que llaman escuela.
No habría conducido a nada aclararle que yo no dejé la ciudad porque “soy de bosque” sino buscando naturaleza, tranquilidad e intimidad, requisitos básicos y fundamentales para la salud. No es difícil ver esto. Muchos recurren a reducir todo a cuestión de gustos. Les sirve para justificarse, saben que podrían mejorar pero también saben que no tienen la voluntad para hacerlo.
©2025 - Walter Alejandro Iglesias