Democracia (English)

Te voy a explicar en detalle lo que te pasa.  Tus padres, tus maestros, tu cultura te dijeron cómo son las cosas.  Luego el sistema y los medios fueron manipulando estos conceptos a su conveniencia.  Fuiste aceptando incondicionalmente y viviste acorde a estas certezas, así transcurrió tu vida, al igual que la de la mayoría.  Y reafirmado por la mayoría.

Hoy, arrimando al pasaje a la tercera edad, seguís convencido de que, por ejemplo, eso con cuatro patas que tenés en frente es una mesa, tal como te lo vendieron.  Un buen día tenés la desgracia (o la suerte) de toparte con uno de esos contados con los dedos que no se conformó con lo que le dijeron, y te hace notar que las mesas no ladran.  Ya si sos capaz o no de entender lo que el fulano pretende hacerte ver, no das la más mínima chance a lo que te dice.  A menos, por supuesto, que desde tu prejuicio lo consideres una autoridad, especialmente si es alguien que lo anuncia por los medios y que, como consecuencia, de un día para otro observes cómo la mayoría, sin fundamento, cambia de opinión con respecto al objeto en cuestión.  Que no es entender razones, es aceptar órdenes, como has venido haciendo toda tu vida.  Entender razones y, aún más difícil, modificar tus hábitos acorde, implicaría renunciar a la comodidad de que otros piensen y elijan por vos.  Por el mismo precio, al no enterarte ni de pormenores ni de consecuencias de tus actos, no hay responsabilidad, no hay culpa, no hay estrés.  Claro, ¡a quién se le va a ocurrir responsabilizar a un ‘humilde trabajador’ que ‘paga sus impuestos’ sobre la dirección en que va el mundo!  Cuando las cosas acaban jodiéndose, lo que indefectiblemente sucede cuando se hacen sin pensar, le echás la culpa al gobierno y a las multinacionales, cuando su única opción, dada la naturaleza del ser humano tal como la historia lo muestra, es vender y revender una y otra vez la misma golosina con distintas envolturas.

Así es que, frente a la situación incómoda con el fulano, recurrís a maniobras evasivas, ¡que en esto sí tenés la mente bien afilada!  Arrancás con la más trillada, “Pienso distinto” o “No concuerdo”, le decís, asumiendo que basta para acabar el debate.  Con as en la manga: si el fulano sigue discutiendo lo acusás de no aceptar que otros piensen distinto, el fascista es él, no vos.

Tal vez válido con religión, gustos y preferencias, pero con el pensamiento, si no estás de acuerdo, es necesario poner tu propio argumento sobre la mesa, pero ¿qué argumento vas a poner si en tu vida te detuviste a analizar nada!  Ante la insistencia del fulano y en orden creciente de ridiculez, recurrís a la segunda maniobra evasiva, mofarte, como un infante frente a la autoridad de un adulto.  Desde tu punto de vista, asumís que es fácil poner al fulano en ridículo, que se sentirá pésimamente mal con él mismo al hacerle ver que es el único en negarse a aceptar lo que todos. «¿Creés que están todos locos menos vos?», le decís a manera de golpe de gracia, convencido de que se quebrará por dentro.

Pero el muy desfachatado sigue analizando y argumentando, al parecer, para él, es el pan de cada día.  Queda la maniobra final, hacerte el ofendido.  Le hacés notar que está faltando el respeto a tu familia, a tus parientes, a tus antepasados, a tu cultura y tradición, al siquiera insinuar que eso peludo que ahora levantó la pata y le mea el zapato no es una mesa.  Si aún sigue insistiendo, es cuestión de hacerle la seña a vecinos o amigos de la zona quienes, no por casualidad, piensan exactamente igual que vos y tienen exactamente los mismos gustos, para, entre todos echarlo del pueblo a empujones.


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