Eslabón perdido (English)

Yo tendría cuatro o cinco años cuando, paseando con una tía mía por las calles de Liniers, el barrio porteño donde ella vivía, vimos un par de perros pegados por la calle.  No recuerdo qué comentario de ella me llevó a responderle: Pero el perrito, ¿no quiere a la perrita?  Esta prima hermana de mi mamá, que por ese entonces tendría unos veinte años o menos, dedicaba su vida enteramente al estudio, no supo lo que es salir con un chico hasta después de recibirse de abogada a los veintitrés.  Se rió de mi comentario e intentó explicarme que los animales no tienen este tipo de sentimientos.

En alguna de mis novelas y también conversando con gente del tema, recuerdo afirmar que cuando ‘arte’ se separó de ‘oficio’ (si no me equivoco, en la antigua Grecia una sola palabra definía ambos conceptos: τέχνη) ambos se volvieron artificiales y artificiosos. ¡Triste destino de todo en el mundo que hemos concebido!  Cuando me detengo a observar comportamiento y pensamiento del hombre moderno la denominación “inteligencia artificial” me parece redundante.  En definitiva, no deja de ser creada a nuestra imagen y semejanza.

Sin amor, oficio no es arte.

Con ‘interés’ y ‘amor’ pasó algo parecido a lo que con arte y oficio.  Para mí, amor, es auténtico interés, lo que nos mueve a intentar, a emprender lo que sea, sin estar obligados por las circunstancias.  Obviamente, no me refiero a quemar el tiempo con vicios, sino a algo que requiera compromiso, que parta de una fantasía, de una ilusión y que proyecte una meta, un fin.  Sin lugar a dudas, estos son conceptos abstractos, parte de nuestro mundo artificial.

Al menos desde el prisma del hombre, desde su análisis artificial y artificioso de los fenómenos, al animal lo mueve su instinto de conservación, que en teoría era también nuestro caso antes de evolucionar en el androide extraviado que somos actualmente.  No obstante, si con esto también nos detenemos a observar al ser humano, vemos que la mayoría sólo subsiste: rompe su inercia, cambia sus hábitos, únicamente cuando se la engaña por los medios con propaganda.  Esto es posible gracias a que limitarse a obedecer, a imitar al poderoso, sigue siendo parte del instinto de la mayoría, su única motivación.

Sin amor, interés es instinto de conservación.

Hace muchos años llegué a la conclusión (lo digo en mis novelas) de que lo que culturalmente se ha atribuido al ser humano como distintivo respecto al resto de animales no se observa en todas las personas.  Y cada vez son menos los que gozan de este componente especial, que como me enseñó mi tía de niño, nos distingue de los animales.


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