—Hay que pintarla de amarillo —dice un fulano adinerado del pueblo y gana muchos adeptos—. Porque bla, bla, bla.
—No, no, no, de amarillo está mal, porque bla, bla, bla, mejor pintarla de verde —dice otro ganando también seguidores.
Fue el tema del pueblo en los meses subsiguientes, ¿amarillo o verde? A alguien se le ocurre preguntarle a un viejo que permanecía callado:
—Y a usted, buen hombre, ¿qué le parece?, ¿de qué color deberíamos pintarla?
—Da igual —responde el viejo—, la torre tiene mal los cimientos, se va venir abajo en cualquier momento.
Lo tratan de tonto, loco, pesimista, derrotista, incluso alguno lo insulta. Lo ponen a votación y la torre acaba pintada de amarillo. Al año la torre se viene abajo, nadie recuerda las palabras del viejo, culpan al fulano que propuso pintarla de amarillo, ¡Mentiroso, corrupto, hijo de puta!, le gritan en la puerta de su casa. La torre se reconstruye, de nuevo con los cimientos defectuosos y esta vez se pinta de verde, siempre alguno de puro capcioso vuelve a pedir al viejo opinión, el viejo vuelve a decir lo mismo y acaba siendo de nuevo insultado. Al año vuelve a caerse la torre, esta vez se culpa al partido verde y como todos ya se olvidaron de lo que sucedió el año pasado se vuelve a reconstruir, de nuevo con los cimientos mal hechos y se vuelve a pintar de amarillo con la esperanza de que esta vez… El viejo acaba yéndose a vivir solo en la montaña para que al menos no le rompan la paciencia, desde la altura ve cada año la torre derrumbarse y como, poco a poco, el pueblo acaba cubierto de escombros verdes y amarillos desparramados por doquier.
©2022 - Walter Alejandro Iglesias